MANOLA
No era esa mi primera visita. Conocí a Manola en el invierno del
90.Vivía entonces en un chamizo cercano a la vía del tren. Mi amiga María
aparcaba el coche y bajábamos la cuesta, entre pedruscos y matorros, hasta
llegar a una pequeña terraza con un
emparrado por techo y algunas sillas, que servía de sala de espera. En algún
momento, asomaba por la puerta de entrada a la casa la cabeza de Manola, para
dar paso a la consultante correspondiente.
Aparentaba Manola más edad de la que, seguramente, tenía. De
mediana estatura, ni gorda ni delgada. Lo que, quizá, llamaba más la atención
de su apariencia, era el color miel de sus ojos siempre apenados, que bordeaban
oscuras pestañas.
Reconozco que, sin ser demasiado creyente, Manola me hizo mella
en la primera visita, pero no es mi propósito contarla en este escrito.
Mis encuentros con la “meiga” se convirtieron en algo obligado cada
vez que pisaba esa querida tierra. La última vez que nos vimos se había mudado,
obligada por el ayuntamiento, a un modesto piso a las afueras de la ciudad, y
no estaba contenta con el cambio porque algo pasaba con la luna, que repercutía
seriamente en su salud...¡ y mucho tenía que ver aquella casa...!
Tras contarnos sus muchos achaques, pasamos a la consulta. Las
cartas de las distintas barajas con las que trabajaba, se empeñaban en contarme
lindezas de una vida sentimental futura, que a mí no me interesaban:
“Manola- decía yo- déjese de novios. Hábleme de la felicidad de
mi hija y del trabajo para que todos salgamos adelante”
Manola respondía con sus consabidos parabienes y volvía a los
hombres; al hombre que me haría feliz y que esperaba a la vuelta de la esquina.
“¡Que no, Manola, que no!”
“¡Qué reacia la veo!- me reprochó tras varios intentos- ¡¡¡Va a
tener que ir a la tumba del padre Piquer!!! Es el patrono de los casos
difíciles, y el suyo lo es”
El padre Piquer fue un jesuita de la provincia, muy santo y muy
milagroso por lo que pudimos averiguar, a cuya tumba se iba poco menos que en
peregrinación, para pedirle cosas,
complicadas a poder ser. Una especie de San Judas Tadeo.., pero versión cura.
El rito consistía en
visitar su sepulcro, hacerle la correspondiente petición y recoger un puñado de
tierra junto a su lápida para hacer con ella una muñequita que se debía colgar
en la cabecera de la cama del demandante, yo en este caso, durante un tiempo
indefinido.
El momento…digamos impactante
de este ceremonial, consistía en que la petición debía hacerla tumbada sobre su
sepulcro.
Confieso que la propuesta me resultó de lo más atractiva.
Llamadme rara…
Con un escueto plano que dibujó mi amiga siguiendo las
indicaciones de la meiga, emprendimos al día siguiente la excursión a primera
hora de la tarde. Teníamos que tirar hacia Lugo, atravesar varios pueblecitos, torcer
a izquierda.., las referencias no nos ayudaron demasiado, por lo que nos perdimos
varias veces y varias veces retrocedimos para volvernos a perder. También, y
para recordarnos dónde estábamos, nos acompañaron rebaños de vacas en algún trecho del
camino con lo que circulabamos a "paso de vaca".
Al atardecer, por fin,
llegamos a una enorme y verde pradera por cuyo horizonte se estaba ocultando el
sol. Allá lejos un par de árboles solitarios y al otro lado, el pequeño
recinto del camposanto. No podíamos perder más tiempo ya que pronto se haría de
noche y, sin luna, sería complicado encontrar la tumba.
Nunca me han dado miedo estos lugares; son serenos y propicios
para la reflexión. De jovencita visité con mis padres un pueblo de Suiza y nos
hospedamos en una casa frente a un cementerio. Me gustaba pasar un rato allí
cada mañana, pensando en mis cosas.
Pues como os contaba, entramos con cierta premura en el pequeño
recinto buscando el sepulcro, que no tardamos en encontrar. Estaba repleto de
flores y pese a la lluvia caída horas antes, bastante limpio.
La inscripción rezaba Juan Piquer SS JJ
Mientras mi amiga recogía la tierra, me quité el abrigo para no
mancharlo y me tumbé sobre la lápida. Me recreé mirando el cielo de la tarde,
gris con toques violetas, y disfruté el silencio que se había adueñado del
momento. No había lugar para bromas ni risas, algo mágico flotaba a nuestro
alrededor, mágico y tal vez sagrado…
Sentí el mármol , frío y relajante. Apoyé ambos pies sobre el
suelo de la lápida para que la sensación abarcase toda mi espalda… y de pronto
la auténtica plegaria, la exhortación urgente, la más sensata de las rogativas,
acudió a mis labios:
“Padre Piquer, se oyó en el recinto todo, déjate de novios y de
tonterías y cúrame la espalda, que me está amargando la vida”
No me acuséis de frívola. Estoy operada de una hernia de disco (
L4-L 5) y llevaba mártir del lumbago desde los veinte años.¿Tenía o no
prioridad el asunto?
Mi amiga me quería matar y ,por sabido, nunca se lo contamos a
Manola.
No sé si achacarlo al jesuita o a la casualidad, pero a los
pocos meses di con la solución a mis lumbalgias al encontrar un estupendo fisio
y practicar una tabla de ejercicios de “gyrotonic”.
Desde entonces apenas me han vuelto a molestar mis esmirriadas vértebras.
¿Será cosa del cura?
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