MANUEL “EL CUBANO”
Aparecen
en el cielo las primeras luces de la noche. Al otro lado de un túnel, la luz
irreal envuelve bosques de eucaliptos y torneadas montañas..,
Galicia
me da la bienvenida.
Siempre
he disfrutado viajando en tren. Saboreando esas horas, que se me ofrecen vacías,
para hacer lo que me venga en gana dentro del pequeño mundo del vagón.
Cerca de
mí, una señora de pelo cano dormita. Sobre su regazo ha caído la usual revista
de cotilleo. Más allá, los sempiternos hermanitos que se pasan el viaje entre
gritos y peleas y el joven con mini cascos en las orejas, que acompasa sobre
los brazos del asiento una música inaudible, por suerte, para el resto de los viajeros. Al fondo, no puede
faltar en un viaje “que se precie”, la pareja con bebé gritón que despierta a
la señora y nos recuerda una vez más, cuan
duro es empezar a vivir.
¡Ah, y
un par de monjas!
Al otro
lado de la ventanilla van pasando las montañas, el cielo, la tarde…intento
volar pero me corta el vuelo una mujer que, acompañada de marido, hermano y
cuñada, se ha sentado frente a mí, escudriñándome sin el menor reparo. Miro
hacia la lejanía y pongo cara de ser otra persona, pero no cuela. Al momento me
pregunta si yo… soy yo. Presiento cual va ser el siguiente paso y esta vez no tengo
yo el ánimo para aguantarlo, de modo que saco rápidamente un cuaderno y me
pongo a escribir, dando por concluido el conato de conversación.
En un
verano improvisado, como casi siempre, me escapo a Galicia a fin de pasar unos
días con mi amiga María. El agobiante calor madrileño, que aborrezco, es
suficiente razón para huir a estas queridas tierras de bruma, melancolía..,
marisco y Alvariño.
Estas
son mis profanas intenciones, lo juro, pero una vez aquí.., cuando el sol se ha ocultado, las
diminutas luces en medio del mar y el rumor del oleaje silencia las palabras,
el entorno propicia una tentación demasiado fuerte como para no caer el ella…
¿Cómo
resistirme a la envolvente magia de un pequeño cuarto plagado de amuletos, una
mesa camilla y, sobre ella, unas manos afiladas que, entremezclando las gastadas
cartas, por un momento me hacen sentir
liberada del tiempo y encadenada al destino?.
Verdad o
superchería,¡qué más da! He aplazado mi regreso a casa para conocer al hombre
que tengo sentado frente a mí. Se llama Manuel y le apodan “el cubano”.Le
calculo medio siglo escaso. Alto, delgado, piel cetrina y cara alargada en la
destacan unos ojos redondos que me miran con inquietante fijeza.
Su
sonrisa, tímida, parece pedir disculpas por los errores cometidos entre acierto
y acierto. Habla entrecortado y eleva la voz para disimular que respira con
dificultad por una pequeña crisis alérgica, si bien, insiste varias veces, su
salud es perfecta.
Jugando algo
más de una hora con distintas barajas, desgrana mis días y mis noches. Escucho
por enésima vez acontecimientos vividos
y sobradamente divulgados. Manuel me vaticina el fin de esta terrible etapa , pero
sus palabras, repletas de esperanza, ya no me convencen porque la experiencia
es un grado en esto también, y la mía me hace desconfiar de clarividentes y rituales mágicos; sin
embargo, hay algo en “el cubano” muy especial que me conmueve, sin que acierte
a explicarme por qué.
A lo
largo de la consulta saca a colación varias veces el tema de la muerte .Me
cuenta que un tiempo atrás, y de forma espontánea, tuvo un viaje de los
llamados Astrales:
“El amor me inundó, la bellaza del entorno era
tan inconmensurable que yo no quería regresar, pero el Gran Padre determinó que
aun no era tiempo… y aquí estoy de vuelta hasta que Él disponga.
Tras una
larga pausa y como saliendo del letargo en el que le ha sumido su propia
historia, busca entre los objetos esparcidos por la mesa una lupa…yo le extiendo
mis manos.
Decididamente
no es el Manuel del que tanto me han hablado…se muestra impreciso, dubitativo,
ausente…ni siquiera la representación está a la altura, dado el precio de la
“entrada”.
Intento
mantener su mirada sin conseguirlo. Me pregunto qué misterio esconden esas dos
avellanas que siguen mirándome sin parpadear.
La entrevista
me ha producido un desasosiego infrecuente en mí. Me he sentido más consultada
que consultante y aun con eso, creo que el destino me ha conducido en esta noche
a la hora y al lugar en donde era precisa
mi presencia, pero ¿por qué?
Intuyo
que el tiempo ha de desvelarme lo que no ha podido este peculiar personaje.
El
tiempo…
Apenas
doce horas han bastado para cerrar el capítulo, inconcluso como tantos otros.
En sus
ojos, miedo y esperanza, estaba acaso el mensaje que mi torpeza no supo
definir.
La
llamada del Gran Padre…
Manuel
ha muerto repentinamente esta madrugada.
De mi libro "Siempre quedan las estrellas"
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